Es indiscutible la capacidad del maestro. Irrebatible, la raza, el compás, la nacencia, la intuición y el virtuosismo. Valga por delante.
Si “Recital de baile” era eso, un recital, perfecto; pero, si pretendía, como así nos adelantaba la voz en off con la que arrancaba el espectáculo, contar una historia, al menos, yo no pude verla.
Si Farruquito es indiscutible, si lo es ese empeño en contar una vida, el enlazar lo propio a través de un hilo conductor que a veces no cala las costuras y al que le falta dramaturgia, consistencia y argumento; para empezar, porque no hay mejor historia que ser Farruquito. Para gozo de Juan, y para carga del artista.
Fandangos, seguiriyas, soleá por bulerías… una farruca a la que hizo más grande aún…; acompañados, como merecía la ocasión, del cante de Ismael de la Rosa ‘Bola’, Manuel de la Nina y Pepe de Pura al que quiero hacerle mención especial, porque hacía tiempo que una no sentía la magia de lo inexplicable con tanta sabiduría y tanta humildad.
La cordura de la guitarra de Manuel Valencia y la solvencia de Paco Vega fueron una delicia. Una calidad que se disfruta y con los que el maestro, se sintió especialmente a gusto y arropado. El bajo de Julián Heredia y los vientos de Fran Roca fueron esa nota diferencial con la que Farruquito quiso salir de su zona de confort. El sonido no acompañó, pero tampoco unos solos que en esos instrumentos fueron excesivos.
Farruquito necesita innovar, verse en otros colores, en otras zonas, y como indiscutible artista lo trabaja, lo lucha y lo muestra, pero anoche en el Maestranza se solaparon las ganas y lo irresoluble. No puede competir, en tiempo y espacio, un bajo con Manuel Valencia, ni una armónica con el ambiente creado por el cante. Lo que anhelamos, deber ser solo un aroma, como al que el propio Farruquito nos invitaba.
Si hubo dramaturgia, no la vimos, y si se contaba una historia, no se siguió. Y aunque sobre el escenario todo fuera de calidad, y de una voluntad y respeto al maestro innegable, me sobró impostura.
Esperanza Fernández y Juana La del Pipa (Remedios Amaya no pudo asistir finalmente) demostraron que se sabe cantar, y que se canta mejor cuando el que forma filas es él; y fue un gozo para el respetable. Como aficionada, una aprende que cuando entra un teatro, no solo tiene que elegir al artista, sino también el lugar y con quien va a escucharle.
Paco Vega, inmejorable. Con esa ternura, fidelidad y lealtad, al igual que Manuel Valencia que suenan bien y que transmiten mejor aún, aunque en ocasiones el sonido desfallezca.
1.800 almas (entre el público Niña Pastori o Curro Romero) que desde el primer minuto ya jaleaban a la figura del maestro que arrancó y continuó vibrante, transmitiendo, dando. Regalando. Eso es ser artista. Porque se pueden tocar dos, tres instrumentos, y no serlo. Y para eso, ya está el escenario. Y el respetable.
En definitiva: a Farruquito no le hace falta contar nada, porque él es la obra; e impostar se nota. Y se sufre.
No solo es admirar una maestría que nos saca de nuestras casillas y nos remueve por dentro a los aficionados, también, es el gozo de ver a un maestro admirar. Eso no tiene precio. Y él, que nació artista lo sabe. De ahí su generosidad sobre el escenario.
Gracias por la farruca; a Juana por el respeto; a Esperanza por la siguiriya y por verla a gusto y al resto de compañeros por su esfuerzo y dedicación.
Anoche, “Recital de baile” fue como un vestido. Una tela de categoría sobre una mesa de compás de puños, manos abiertas y almas entregadas. Un patrón para diseñar desde el conocimiento las ganas y el aplauso merecido, pero, si nos ponemos a hilar, hilemos. Y lo hacemos bien; y si no, pues nos apañamos con lo que tenemos en casa. Gracias a Dios, en la casa Farruco, la calidad cuelga de todos los percheros.