Doña Mencía: la vendimia de años de afición y respeto. Si la clave para una buena vendimia parte de un control riguroso de la maduración de la uva, una planificación adecuada o técnicas de recolección cuidadosas para no estropearla, a la 53ª edición de la Vendimia Flamenca de Doña Mencía, Córdoba, le quedan muchos años más de cata de buen gusto, afición y respeto hacia el flamenco.
Esta localidad de buena gente y gente con buen gusto ha acogido en el Auditorio Iglesia Vieja otro cartel de categoría para un festival que está considerado como uno de los de mayor trayectoria de la provincia de Córdoba. Una velada flamenca que desde 1970 ha acogido a las figuras más relevantes de todo el país.
La categoría y autoridad de Esther Merino, la solvencia de José Valencia y el desarrollo de El Perrete ayudan, y mucho, pero no es desdeñable destacar más allá de lo artístico el esfuerzo inconmesurable de todo un pueblo y equipo de gobierno en el cuidado y mimo en todo el desarrollo.
Se vive con nostalgia un festival que aún conserva los grupos de amigos en torno a la nevera cabal repleta de buen vino (de Doña Mencía, por supuesto), jamón y amigos, aficionados o no. Una vuelve a la niñez de veladas en torno a las buenas viandas, y al buen cante: eso sí en un absoluto silencio.
Perrete arrancó con cantes de trilla y peteneras de la Niña de los Peines. Lo hizo con la seguridad de el que sabe lo que canta, y a qué público quiere llegar. El premio Nacional de Córdoba tiene claro el camino que quiere recorrer, aunque el repertorio elegido nos deje a los aficionados sin esa brújula con la que podríamos entenderle y acompañarle mejor. Tiene una capacidad impresionante, ha aprendido mucho, y ha crecido en todos los aspectos, pero, como su último trabajo, necesita seguir esa ‘luz de guía’ donde madurar y dibujarse como artista con mayúsculas. Saber qué y quién quiere ser, pero eso es cuestión de tiempo. De facultades va sobrado y Extremadura, desde luego, debe sentirse orgullosa de un artista que mueve afición, adeptos y nombre en los mejores festivales. Con la guitarra generosa de Rubén Levaniego que brillaba nada más que para su cante, Perrete nos llevó por los cantes de levante. Nos recordó lo elegantes que son las livianas y las serranas y remató con el macho de María Borrico: ahí, lo bordó. Se despidió de una afición para enmarcar con fandangos de Marchena, Porrina…, dejando con ganas de más.
José Valencia, con la soberbia guitarra de Juan Requena, dejó claro quién era y a qué había venido por soleá. Una soleá sin aspavientos con el peso de lo antiguo y Lebrija en la garganta. Malagueña y verdiales de Lucena de Cayetano Muriel, un poquito de alivio por fiesta, para rematar con una siguiriya con la que él se convenció de dónde estaba, y la afición recordó a quién tenían enfrente. Silencio y arrope de Doña Mencía, que de categoría van bien sobrados.
El baile de Belén Ariza de Baena, correcto y arropado por artistas granadinos. Buenas intenciones, buenas maneras y aplausos para esta mujer, licenciada en química, que busca la fórmula sobre el escenario entre la teoría y la práctica. Aplausos honestos de mucho cariño por parte de los asistentes.
Y luego llegó Esther Merino, a la que le honró arrancar diciendo que tenía que haber sido el maestro José Valencia el que cerrara el festival. Luego al público se le olvidó todo aquello, porque la Lámpara Minera nos ofreció una lección de solvencia, categoría, humildad y cante con mayúsculas que, tras escucharla, lo menos era saber quién debía o no haber cerrado, porque el broche era ella.
Se acordó de su tierra, Extremadura, con Pérez de Guzmán, de La Marelu por tangos, acompañada de la guitarra de Niño Seve y las palmas de Richard Gutiérrez y Alberto Parraguillas. Esther, maravillosa, porque tiene a Badajoz en la garganta, pero el toque y las palmas, como suele pasar con los cantes autóctonos extremeños que no sostienen los de la tierra, se aceleran. En esta ocasión se hizo si no queríamos dejar sin sentido a los tangos de Triana. Lo de Esther Merino en la Vendimia fue un racimo de categoría y potencia. Las siguiriyas de la pacense son de otro mundo. Un cante que le recorre la columna vertebral y descalabra a quién escucha, ¡cómo se puede cantar tan bien! Humilde, en su sitio, y con su corazón y el nuestro en un puño, cantó cantiñas y cerró por bulerías.
Otra edición más para Doña Mencía, Córdoba, y una lección para quién quiera aprender cómo debe llevarse una cita de estas características. Quizás la fórmula haya sido ni más ni menos el amor de un pueblo a sus raíces, y el respeto absoluto a ese arte tan manido, y a veces tan maltratado, como es el flamenco. Enhorabuena.
