Entrevista Fuensanta Blanco, bailaora

‘Japón me recordó que yo me acerqué al baile porque me hacía disfrutar, en un momento en el que me parecía un pequeño calvario. Tenía un deseo muy grande por conseguir las cosas ¡ya!. Conseguir cosas que estaban en mi cabeza pero en mi cuerpo no’

‘Necesito estar en un campo y tirarme 10 horas diarias bailando y decidir: este mes me lo tiro bailando entero por soleá, a ver qué aprendo, a ver qué descubro. Pero si ahora me voy a Taiwán, a Suiza…, nunca encuentro tiempo para mí. No quiero que se me pasen los años y llegue un momento y me diga: y yo, ¿qué?’

Quiero buscar nuevos sonidos y saber hasta donde se puede llegar, porque esto es tan amplio que investigando puedes llegar a muchos sitios pero si no tienes tiempo…’

De pequeña jugaba al fútbol, al tenis, tocaba la flauta, hacía teatro…, hasta que se decantó por el baile flamenco. Para suerte de los aficionados. Fuensanta Blanca (Mérida, 1995) es vital, enérgica, insultantemente joven, audaz e intrépida. Lo suficiente como para, plantearse a partir del próximo año, centrarse en uno de los trabajos más complicados que existen: el de estudiarse a una misma. Eso, si le dejan los compromisos de clases, las que da y las que recibe y también, esas ganas de crear y de seguir la estela que ya comenzó con su primera obra profesional ‘La Merenguela’. Flamenco teatralizado que presentó en Mérida y que quiere convertir en hilo conductor de todo lo que tiene por venir, que después de hablar con ella, una prevé que es mucho.

Optimista y curiosa asegura que esa es ‘la marca de la casa’: ‘mis padres son unas personas muy vitales, muy alegres y campechanas. Tienen curiosidad por todo, y con ese optimismo y curiosidad nos han educado a las tres hermanas’. Vigor y humor que esta emeritense reparte entre Mérida y Córdoba, a compás de un baile colmado de arrojo y fuerza. Aún queda mucha Fuensanta por ver.

¿Cómo su historia de amor con el flamenco?

Cuando empecé a bailar en Mérida con mis hermanas, veía que me gustaba mucho, pero no había Conservatorio u otra forma de educarse de forma más completa. En ese tránsito fuimos a Córdoba con mis padres de vacaciones (‘que son tela de enrollaos, la verdad’, asegura) y se pusieron a hablar con el gerente de un Tablao que encontramos por casualidad. Y yo, que desde pequeña era ultra escandalosa, me puse ahí a jalear, con apenas diez años, a las bailaoras, a animarlas… me sacaron a bailar.. ¡Un espectáculo! Ahí descubrí, mientras charlaba con las artistas, lo que era un Conservatorio, porque yo pensaba, que en esos centros, solo se podía estudiar un instrumento. El mismo gerente de ese tablao nos llevó por la tarde al Conservatorio de Danza, y allí me enamoré, me enamoré por completo.

Supongo que el primer baile ‘profesional’ lo haría en ese Tablao y con ese gerente, ¿no? ¡Por qué le debe mucho!

¡Que va!, la verdad es que me llamó muchas veces pero nunca me veía lo suficientemente preparada…, y cuando llegó el momento, el Tablao se vino abajo y cerró. Se llamaba Tablao ‘El Cardenal’.

¿Qué queda de esa niña que se asomó al Tablao con diez años?

Pues, curiosamente, queda todo de ella. El trámite del aprendizaje es muy duro, yo a las niñas que veo con talento, con carisma y potencial, las animo a bailar, y les digo que es una cosa preciosa pero que es muy duro. El tema de la competencia, por ejemplo, que yo no la entiendo pero que sí me ha tocado sufrirlo. Ese compañerismo que no lo es al 100%, y la autoexigencia. Para mi ha sido siempre mi hándicap, yo lo he sufrido tanto que nunca he llegado a estar contenta. Eso te crea un malestar pero aprendí, cuando me fui a Japón, que tenía que vivir. Que yo no podía pasarme 24 horas bailando obsesionada. Obsesionada con el baile y llorando porque no me salía algún paso. El haber estado allí sola me dio el clic. Japón me recordó que yo me acerqué al baile porque me hacía disfrutar, en un momento en el que me parecía un pequeño calvario. Tenía un deseo muy grande por conseguir las cosas ¡ya! Conseguir cosas que estaban en mi cabeza pero en mi cuerpo no. Cambié el chip y como le digo a mi madre: mamá, ha vuelto la niña de diez años.

¿Cree que el haberse ido a Japón con veinte años y haberse educado en el baile en Córdoba le hace diferente al resto de bailaoras extremeñas?

Bueno, no me gusta decirlo así, pero si es cierto que cuando estaba aquí, una se daba cuenta de que la región estaba, y aún está, por explotar a nivel de flamenco. No hay un sitio claro a donde acudir para disfrutarlo. Las Peñas Flamencas, en mi opinión, no están muy explotadas y en muchos casos no dan cabida a cosas nuevas. Tampoco había escuelas, aunque ahora está el ‘Centro de Flamenco y Danza de Jesús Ortega’, que comenzó cuando yo ya no estaba. Yo empecé a bailar en una Extremadura, respecto al flamenco, antigua. Yo no sabía que se bailaba con guitarrista y cantaor. Yo solo aprendí con CD, y en un ambiente de mucha rivalidad. Así que pasé de destacar aquí, a ser una más en Córdoba. Tuve que empezar de nuevo, al principio, a dar danza clásica, obligatorio en el Conservatorio. Con once años aún era una esponja y me enriquecí muchísimo. Aprendí a compartir, y también a beneficiarme de un nivel de compañerismo y de entrega que aquí no hay. Salvo excepciones, aquí aprenden en una escuela, y no comparten con otros centros, con otras ciudades.

¿Por qué cree que pasa eso?

Yo creo que hay un problema de información de lo que realmente es esto. Yo aprendí muy bien el código de los maestros en Córdoba. Eso, Eva la Hierbabuena lo cita mucho: ya se perdió el respeto a los maestros. Y un maestro es el que tiene una carrera, el que enseña a los grandes artistas, y creo que eso no lo tenemos muy claro aquí. ¡Yo no puedo ser una maestra, por ejemplo!

¿Y no le parece que esa es una lucha inútil?

Pues sí, ¡lo más inútil del planeta!, pero cuando vuelvo aquí y veo a algunas niñas con esas maneras me hierve la sangre…

Y, ¿ahora?, ¿Cuáles son sus planes?

Desde enero estoy en Extremadura, me apetece mucho. Estoy en un momento de mi carrera que me apetece tener tiempo para mí. He estado tanto tiempo regalándole a todo el mundo todo, que claro, quiero llegar a unas metas, que ya solo precisan tiempo. Mira, tengo la obsesión de desgranar el baile de cada palo, de cada estilo. A veces entramos en un bucle y en un marcaje por alegrías, le metemos también por bulerías, por cañas…, y a mi eso no me gusta, porque para mi la caña es otra cosa, ¡como el resto de estilos! Yo quiero explorar cada palo pero para eso necesito tiempo.

Necesito estar en un campo y tirarme 10 horas diarias bailando y decidir: este mes me lo tiro bailando entero por soleá, a ver qué aprendo, a ver qué descubro. Pero si ahora me voy a Taiwán, a Suiza…, nunca encuentro tiempo para mí. No quiero que se me pasen los años y llegue un momento y me diga: y yo, ¿qué? A partir de enero, el tiempo para mí.

¿Y qué necesita explorar?

A mi misma. Quiero explorarme, saber donde están mis límites y hasta donde puedo llegar. Saber qué puedo desarrollar en mis movimientos, conocer mi expresividad, a donde puedo llegar, a donde no, los soniquetes que son muy importantes para mí. Ahora la gente te hace una tabla de pies en un calentamiento, y en una escobilla de soleá te hace la misma tabla de pies. Y eso a mi no me gusta. Quiero buscar nuevos sonidos y saber hasta donde se puede llegar, porque esto es tan amplio que investigando puedes llegar a muchos sitios, pero si no tienes tiempo…

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M. Isabel Rodríguez Palop

M. Isabel Rodríguez Palop

Una apasionada del Flamenco.

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